A Mi Generación

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Quien dice que no vivimos tiempos interesantes?

He escuchado a amigos que me aseguran que todo está hecho, que ya no vivimos tiempos interesantes, que somos una generación perdida. Se nos acusa de no involucrarnos, de dejarnos estar, de pasar horas mirando la televisión o jugando a algún juego de video. Muchas veces se nos acusa de ser flojos por no querer vivir para el trabajo. Se nos acusa de inconscientes por no seguir las reglas.

Yo pienso que nuestra generación es extraña. Vivimos en una época en donde lo podemos tener todo. En donde todo está al alcance de la mano. Lo vemos cada día en los miles de comerciales y anuncios. Día a día a mi generación le llegan miles de propagandas mostrándonos lo que podemos tener. Sin embargo por alguna razón muchos nos quejamos que no tenemos nada.

Vivimos en un momento en que deseamos tenerlo todo. Si aparece un auto nuevo lo deseamos, si aparece un nuevo computador nos apetece tenerlo también, da igual si ya somos dueños de uno nuevo, para mi generación ya es considerado viejo. Y sin embargo no queremos nada. Todo es desechable. Ya le perdimos el respeto a las cosas materiales. Para nosotros son tan sólo herramientas que usamos o dejamos de usar según nuestros intereses.

En esta época el conocimiento está por doquier. Y sin embargo cada vez somos más ignorantes. Simplemente no entendemos para que tener que estudiar y memorizar tanta información. Para que si lo que se nos debería enseñar, lo que nosotros debemos aprender rápido y por nuestra cuenta es a buscar a investigar de manera critica, a elegir la información que de verdad necesitamos, a dilucidar que es cierto, a cuestionar nuestras fuentes.

Como no vamos a vivir tiempos interesantes si hoy todo depende de nosotros. Ya hemos dejado atrás esos tiempos en que un rey, emperador, dictador nos decía que hacer. Ya dejamos atrás los tiempos en que la religión nos dictaba las reglas de moral. Ya nadie toma las decisiones por nosotros. Las tenemos que tomar nosotros mismos.

Si queremos cambiar nuestras vidas, ya no podemos culpar a otro. Antiguamente uno nacía en una familia pobre y ya no te quedaba otra opción que vivir esa vida. Te elegían a la persona con la que vivirías por siempre. Se te daba un guión escrito de como debía ser tu vida. Ya no, ahora sabemos que somos los únicos responsables de ella. Nosotros ahora elegimos. Y podemos si así lo deseamos ir y cambiar nuestras vidas de raíz sin más.

Sabemos que si queremos vivir en un mundo mejor, sólo tenemos que hacerlo, ya sabemos que se puede, sin embargo muchos no lo hacemos porque seguimos en esa transición. El ser responsable de nuestras vidas, de nuestro mundo. No es fácil. Y nunca se ha hecho antes. Es lógico que algunos aún tengamos miedo, que aún nos dejamos mover por la codicia y por la vieja escuela.

Sin más seguimos los valores y la forma de vivir que se ha utilizado por dos mil años. Muchos, nos obligamos a pensar en el futuro, siempre el futuro porque hay que ser previsor, y lo hacemos tanto que nos olvidamos de vivir el presente. Vivimos siendo miserables porque pensamos tanto en el mañana que dejamos de lado el ahora sin darnos cuenta que el mañana no existe. Ya no. Ahora todo gira tan rápido que es inútil pensar en el futuro porque este cambia a cada segundo.

Como no van a ser tiempos interesantes?
Si podemos tenerlo todo, sólo tenemos que elegir lo que queremos
Si cada día tenemos nuevas herramientas, y estás no controlan nuestra vida
Si hoy investigando un poco tenemos todo el conocimiento del mundo
Si ahora somos nosotros los dueños y únicos responsables de nuestro destino
Si tenemos el poder de cambiar nuestra vida y re crearla cuantas veces queramos

Si por primera vez la humanidad está aprendiendo a vivir en vez de tan sólo sobrevivir.

Mi oda a Estambul

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Ahí me esperan las siete damas, vestidas de blanco de acuerdo a la estación. Cada una majestuosa, cada una con un maravilloso diadema de oriente.

Hace frío, subimos a un taxi que nos lleva directo al hotel, puede ser el cansancio pero nada nos llama la atención. En el hotel nos informan que la egoísta cuidad este año, caprichosa como una reina, no quiere que visitemos a nadie más que a ella.

Aeropuertos cerrados, adiós a Capadoccia. Adiós a las famosas ruinas y a los lugares paradisíacos.

Oh mezquina Bizancio.

Tanta necesidad de que te vean? Tanta falta de cariño que no nos presentas el resto de tu país? Porque nos ocultas las bellezas olvidadas de lo que fuera el faro del mundo?

Tres días nos ofreces y tres días nos tomaremos.

A primera hora de la mañana, en aquella mágica plaza donde los brotes de las flores más preciosas se pelean contra la nieve cruda y cansina. Aquella flor se yergue para vencer con su color al más pálido de los inviernos.

Y observamos la geometría aplicada a la materia sólida, majestuosa con su traje rosa, mezcla de fortaleza y hogar sacro. La camaleónica Hagia Sofía descansa como una vieja señora y según la estación se viste de iglesia o de mezquita. Ella que dentro de su saco lleva altares y minaretes. Y así, como dijo Procopio, la Haya Sofía "suspendida del cielo por una cadena de oro" encara a su rival.

Al frente, nos quita el habla su imponente fachada de tonos azules y grises, y pavonea orgullosa sus seis alminares. La señora, elegante y coqueta se hace llamar la Mezquita Azul. Y cuando uno piensa que ya nos ha enseñado todo, esta abre sus puertas para bañar nuestras miradas con los más diversos y preciosos mosaicos.

Una al frente de la otra, mostrando sus mejores galas. El ying y el yang.

Oh Bizancio

Oh grandiosa Constantinopla

Años después de haber caído aún nos enseñas la tolerancia de credos.

Dejamos atrás a las viejas rivales y seguimos nuestro recorrido, nos paseamos por la cuidad donde los mercaderes nos invitan, sin aceptar un no por respuesta, a tomar su famoso té de manzana. Y que bien entra, cuando el frío te cala los huesos. Y así, tratados como reyes nos deslumbran con sus diversas mercancías. Y no se puede omitir la más impactante de estas, las alfombras persas. Dignas de Aladino, como salidas de una lámpara maravillosa. Que tejidos más bellos, que patrones más trabajados y todo con la seda más rica del mundo.

Sin darnos cuenta, caminando ebrios de bonanzas. Nos introducimos en el mágico mundo del mercado, conocido como "El Gran Bazar". Todo está ahí, Todo tiene un precio. Sin embargo en esta tierra el precio es sólo una invitación al regateo. No me atrevería a ofender a ninguno, así que lo regateo todo. Que bello arte donde cada cosa no tiene más valor que el legítimamente acordado por los dos interesados. Y si bien ambos asumen que ganaron, ambos se irán diciendo que les han robado. Todo está aqui, las más diversas modas venidas desde las más distantes tierras, las mejores replicas, narguiles, animales, comida y las más exóticas especies que inundan de color y aroma al mercado.

Salimos del Gran Bazar contentos, aunque nos han robado...

Un día entero dedicamos a admirar el "Palacio de Topkapi". Lo que vimos ahí es simplemente impresionante. El palacio ostenta riquezas tales que ridiculizan las baratijas de los monarcas europeos. Perlas, oro, diamantes, esmeraldas y piedras preciosas por doquier. Todo es áureo desde el trono hasta la cuna del delfín. Y su arquitectura nada tiene que envidiarle a Versalles. Todo brilla, todo grandioso. Vemos porcelanas de la china. Mosaicos arábicos, preciosas alfombras persas. Que gusto, todo lleno de detalles, todo riquezas y todo historia!

Sin embargo la nieve cubrió los jardines del sultán y nos oculto sus colores y formas.

Nuestro último día subimos a bordo de un barco que terco como el sólo nos quiere presentar; aún contra la voluntad del viento y la lluvia; el maravilloso "cuerno de oro". Ahí nos paseamos por el tranquilo estrecho del Bósforo que por un lado une el "mar de Mármara" con el "mar muerto" y por otro intenta separar a oriente de occidente.

La niebla reinante en este frío invierno genera una extraña magia en el lado oriental.

Oh poderoso Bizancio

Oh grandiosa Constantinopla

Tres días no fueron suficientes. Como la más cruel de las torturas griegas, sólo me diste una pincelada de tus encantos.

Pero te prometo esto Estambul

Algún día volveré...

El Pirata

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Por fin me sacan fuera. El aire salado inunda mis pulmones. Esta fresco, el cielo azul está amenazado por numerosas nubes grises de paso hacia el este. Mientras me sientan en el banco en donde tengo que esperar, noto el va y ven de la olas. Respiro profundamente y intento relajarme. La verdad... No estoy tenso para nada. Ya queda menos y veo que comparativamente a los dos que van delante de mi, estoy calmado como en un coma. Mientras les atan los pies los veo nerviosos, uno de ello notoriamente asustado. Ambos guardan silencio, sus ojos vidriosos comprueban las amarras y resignados entienden que no hay opción de soltarse.



Se acercan al primero, le ponen en pie. Este dando pequeños saltos se acerca al armatoste que lo llevara a la zona de salto. El armatoste, no más que una vieja carreta se mueve lentamente, y se detiene frente a la plancha. Camina hasta el borde, se detiene un segundo, mira a su alrededor y su público expectante sonríe. El espectáculo va a comenzar. El miserable a su vez sonríe después de todo el es la estrella. Al avanzar hacia el borde no vacila y mientras lo vemos caer escuchamos su carcajada.



"Ese tío está loco" escucho comentar entre risas. Se acerca a mi sonriendo y me ata los pies y la cintura. De nada sirve resistirse. Lo miro sonriente mientras se asegura de que no me pueda soltar. "Gracias"



Si el primero en saltar estaba loco el segundo fue demasiado cuerdo. Se levanta lentamente y mientras le indican el camino este avanza con la cabeza gacha arrastrando los pies con pequeños pasos. Es como si quisiera detener el tiempo. Y creo que lo logra, su caminata se me hace eterna. Puede que sea mi mente jugándome una pasada, sé que soy el siguiente. Mientras lo llevan hacia la zona de salto el hombre no levanta la mirada ni por un segundo. Su grito se mantiene hasta bajo el agua. La desesperación de aquel hombre fue el mejor regalo que podría haber dado a la tripulación. Estallan en hurras y risas maliciosas.



Ha llegado mi turno. Por fin. Al levantarme todos se callan y esperan. Se lo que están pensando. A ver como reacciona este? Sin embrago estoy muy tranquilo, y ellos lo notan. Hasta yo me sorprendo. El que me pone en pie me pregunta evidentemente extrañado si esta es mi primera vez. Yo sonrío apreciando el cumplido. "Definitivamente es mi primera vez"

Miro a cada uno de mis espectadores a los ojos. Erguido intento caminar dignamente pero las ataduras en mis pies me hacen dar pequeños pasos. Me subo en el armatoste y me mantengo en pie. El conductor me obliga a sentarme, no quiere que me haga daño antes de tiempo. Siento como la temperatura a bajado un par de grados, se respira más frío.



Al llegar al tablón avanzo lentamente. “Nada de trucos raros” escucho tras de mi. Sonrío, mientras caen los primeros goterones. Cuando llego al borde de este, cometo mi primer error, miro hacia abajo. Vaya, se ve más lejos de lo que me imaginaba. Y sin ni siquiera darme cuenta, de repente un miedo primario se apodera de mi, me empieza a paralizar. Sé que no hay vuelta atrás, y si la hubiese no volvería. Aún así el temor me congela. Al escuchar detrás mío aquel "salta!" lleno de un entusiasmo perverso. Miro una vez más hacia abajo, no puedo moverme. Esto parecía muchísimo más fácil desde el banco.



No es vértigo, no es miedo per se, es algo primario, un instinto básico. Escucho una vez más el "Salta!". Esta vez mi cerebro ordena a mi cuerpo con rabia que se haga su voluntad, que reaccione, no alcanzó a sentir. Salto, pero mi cuerpo ya no me obedece, reacciona solo y veo como mi mano izquierda intenta agarrarse desesperadamente.



Ya iba cayendo y si mi cerebro no se hubiese apagado me habría dicho lo absurdo del intento. Pero mi cuerpo bloquea al cerebro, toma el poder y actúa por cuenta propia. Por supuesto de nada sirve, si bien me cogí del borde no tuve la fuerza suficiente para sostenerme y luego...



Negro...

Tanto el cuerpo y el cerebro se apagan por unas milésimas de segundo para luego dar paso a una sensación de euforia que no podría obtener ni con mil botellas de ron. Voy cayendo y se siente genial. Dios!



Al llegar al agua, al sumergirme, lo primero fue una sensación de seguridad, una tranquilidad. Estoy vivo... Esto dio paso a una euforia, una alegría, una energía herculéana. No sé como, quizás la adrenalina, quizás sólo el temor o Neptuno no me quiso aceptar a su lado. Pero luego de darme un par de vueltas y forcejear, me suelto. Nado alejándome del barco.



Ahora estoy preparado para una nueva aventura.

El día que el Arcoíris perdió su color

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La caverna es vasta. Hay en lo más alto un agujero por donde se filtra un único rayo de luz. Este colisiona con un gran cristal que se interpone en su trayectoria fragmentándolo en numerosos rayos que salen disparados en direcciones aleatorias. Cada rayo es recibido por un intrincado armatoste de espejos que los van pin poneando hacia los distintos calderos como la brea repletos de oro. El metal precioso los repele dando una tonalidad áurea a toda la cueva que ilumina así los distintos niveles de pisos de madera sostenidos por intrincados sistemas de cuerdas, cadenas y poleas. El eco producido por el rítmico sonido de los martillos golpeando al unísono se mezcla con las risas embriagadas y el son de los barriles vertiendo una cerveza espumosa. El conjunto produce así una sinfonía digna de Dada.



Afamados mineros, allí ves unos martillando que martillan, acullá otros tomando que te toman, siempre sonriendo, siempre trabajando. Todos con sus sombreros y abrigos verdes y hebillas grandes y doradas. Todos con largas barbas rojas. Porque así son y así viven los Leprechauns.
Aquel día sólo uno, taciturno, mira hacia el cielo expectante. Es Fluffernutter O´Reilly pero le llamaremos Fluff que es más corto. De todos los duendes el siempre fue el extraño, el incomprendido. Por alguna razón él creía que había algo más que picar la roca, que extraer el oro, que poner este en calderos para luego gracias a la magia del arcoíris darle más brillo y sobre todo creía que había algo más que custodiar celosamente los calderos mágicos. Tan sólo unos minutos atrás había discutido con el más anciano de los suyos, cada uno de sus pelos estaba erizado y temblaba. ¿Porque no lo escuchaban? Lleno de irá iba a fermentar sus ideas cuando se dio cuenta. Su piel de gallina, el frío que sensibilizaba su espalda y erguía sus pelos era debido a un aliento extraño, proveniente de afuera. Nadie más parecía darse cuenta. Ninguno se interesaba en el fuerte viento que arriaba con furia unas amenazadoras nubes grises. Pero claro era una época de máximo estrés ya que se acercaba la venida del primer arcoíris del año.

Fluff subió por los ascensores moviendo los confusos artefactos lo más rápido que pudo. Y al llegar a una de las luceras observó al horizonte y no le gustó nada lo que reparó. Su olfato le advertía cambios, entrecerró los ojos para mirar más lejos y se estremeció al notar la enorme nube gris que avanzando sobre el azul del cielo, devoraba las blancas nubes y el canto de los pájaros. A su paso la borrasca dejaba un cielo monocromático, incluso los mismos rayos, lanzados por Sucelus, carecían de contraste. Al ver este aluvión de gris el Leprechaun retrocedió.
Esto no parecía una tormenta normal. Bajó rápido hacia el nimbo caldero que protegía su familia. Todos estaban ahí rodeando la magna vasija, el padre de Fluff le dirigió una mirada de reprimenda. Es muy mal visto llegar tarde al ritual de bajada del arcoíris. Y peor aún si es el primero de la estación, el encargado de recargar los valiosos metales. Evitando a su padre Fluff coge una manta gruesa, actuando en puro instinto intenta cubrir la vasija pero dos primos lo cogen por los brazos. Inútil es forcejear. Y el anciano en el centro del túnel ordena el comienzo del ritual. Cada familia tiene unos gnomos rezando, otros danzando, los más fuerte golpeando la roca que supura el cotizado metal precioso. El anciano sonríe, todo marcha como un reloj.

Ese día el cielo lloró y las primeras lágrimas entraron por la claraboya amargamente. Hay algo extraño en la magia y Fluff parece ser el único que se da cuenta tan absortos están los otros en su labor. Las gotas ácidas ruedan sobre el cristal empapándolo. Cuando el arcoíris emergen por el único agujero y choca irremediablemente con el cristal, sus colores salen descoloridos proyectados hacia los espejos. Con cada rebote se van licuando y la copiosa lluvia los va de saturando cada vez más. El rojo se torna como la ceniza, el anaranjado color cemento, el amarillo muta al plomo, el verde tan querido por los Leprechauns ahora igual que la roca, y así uno a uno los siete se transformaron en distintos tonos de gris, melancólico, deslucido.
Los Leprechauns cantan hasta la afonía poderosos rezos, bailan rituales mágicos hasta que los calambres ya no lo permiten más. Rezan a cuanto Dios conocen.

Fluff observa cómo sin el fulgor áureo la gran caverna se sume en las tinieblas. Todo se vuelve silencio. Ya no más risas, no más martilleo, ni siquiera cerveza, el color se llevo hasta el mismo eco de la cueva. La gran nube gris sigue su paso dejando un paisaje monocromo. Y los Leprechauns derrotados, descubren como sus riquezas resguardadas por generaciones y generaciones se han vuelto plomo. Todos desanimados, sin siquiera fuerzas para sollozar se sientan y esperan. La triste penumbra se impregna hasta en los ojos de cada uno.
Esperan… Pero nada pasa. Esperan… Pero el calor no vuelve. Esperan… Pero el brillo desapareció.


Fluff sintiéndose vacuo, observa como su futuro se vuelve descolorido. Ve como todos han dejado de cantar. Como todos, tan deprimidos se dejan estar. El tiempo pasa, las uñas crecen sin vitaminas y se tornan como la piedra. Sus barbas crecen deshilachadas y canas. Y el verde de sus trajes se llena de polvo hasta des-teñirlo. Pero de todos los duendes Fluff siempre fue el extraño, el incomprendido. Y un día tan gris como el anterior y seguramente como el siguiente. Fluff se levantó.


Ninguno lo quiso seguir cuando se subió al elevador y lentamente movió los intrincados mecanismos. Ninguno lo siguió cuando llego hasta la más alta de las escotillas. Ninguno se percató cuando este la abrió y salió.


Fluff en la cima de la montaña respiró un aire nuevo y sonrío. Todo era piedras, el cielo seguía gris, pero el aire inundaba sus pulmones. Y de repente se sintió libre. Ese retorcijón en su estomago no era el hambre sino el más primario de los temores a lo desconocido. No más encierro! Sin darse cuenta el temor se volvió excitación. Miró una última vez su cueva y comenzó a bajar la montaña.


El descenso no fue fácil, la pendiente era muy rocosa y aún lloviznaba dejando el suelo resbaloso, además la densa niebla imposibilitaba mirar más allá de la propia nariz. Fluff desesperando escuchaba a su cerebro explicando que el mundo era gris, que el arcoíris se había cansado. Todos sus demonios le ordenaban volver a lo conocido. Pero había algo en el aire que respiraba, un sutil murmullo en el viento helado. Siguió bajando y siempre que su cerebro o la desesperación venían a hacerle compañía, Fluff se detenía a escuchar el extraño son que traía consigo el viento. El descenso era largo. Incluso pasó por debajo del suelo de nubes, venciendo el temor de aquellos misteriosos peligros inventados en su cabeza.


Lo que vio luego no podrá ser descrito por ningún poeta Leprechaun nunca. Y generalmente Fluff pedía disculpas por su burdo intento. Vio un gigante áureo nadando en una interminable laguna celeste que se extendía hasta el infinito. La gigante esfera emitía un calor sobre natural. El Leprechaun se sintió minúsculo ante tamaño Dios e intentaba mirarlo de frente pero incandescente como era le hacia enseguida cerrar sus ojos. Grande fue su sorpresa al notar que incluso con sus ojos cerrados se generaban los más diversos fuegos de artificio dentro de sus pupilas. Destellos de rojo, de azul, de naranja. Y sin percatarse río, y sensaciones ya olvidadas inundaron su espíritu. El pequeño Leprechaun se sorprendió con ese mar de luz que bañaba todo con vida de una manera que ni mil calderos de oro podrían reproducir. Como no sabía hacia dónde ir, y tantas posibilidades se desplegaban ante él, escogió uno de los miles de rayos que se escapaban traviesos en todas direcciones del magno gigante. Y caminó y caminó hasta que sus pies dejaron de doler cuando de repente el suelo comenzó a acariciarlos suavemente. El suelo ya no era de rocas sino tierra y luego pasto. Siguió su camino hasta que se topó con un gigante que llevaba un casco de mil lentejuelas verdes. Al poner atención su corazón se detuvo al ver un ejército completo de ellos. Todos en linea ante él. El temor lo petrifico. Sin embargo al mirarlos se da cuenta que las lentejuelas verdes no eran amenazadoras sino que estaban bailando al ritmo del viento. Concentró toda su atención en ello y una orquesta completa tanto sonora como visual se presentó ante él.


Fluff sin pensarlo dos veces entró danzando en la orquesta. Se sintió más fresco y su cielo dejo el esbelto azul por un verde como el jade y dorados halos se filtraban por entre las ramas. Un espectáculo precioso.


Dando brincos y bailando, el pequeño Leprechaun sin darse cuenta llegó al claro del bosque donde un hermoso espejo líquido reflejaba el azul del cielo. Y allí fue donde Fluff conoció a las graciosas ninfas. De todos los seres las más preciosas, con su pelo azabache, los ojos como las hojas de los árboles o el más verde césped, y la tez como el mármol. Todas vestían ligeras sayas púrpuras. Y al ver a Fluff de boca abierta mirando, le invitaron a danzar y jugar. Las sonrisas y risas se unían en perfecta armonía a la orquesta del bosque. Y así estuvieron hasta que el cansancio pudo más y Fluff se derribo en el blando césped.


Entre risas las ninfas trajeron cestas llenas de frutos y verduras. El sabor de aquel cítrico llamado naranja fue un néctar que quedará impregnado por siempre en la memoria de Fluff. Él estaba encantado pero faltaba algo.... Algo no le permitía disfrutar al máximo... Su cerebro atacó de nuevo diciendo que faltaba su familia, sus amigos para estar completo. Esa noche el pequeño Leprechaun no pudo dormir ni siquiera con las nanas de las numerosas estrellas o el tranquilo ronroneo del bosque dormido. Tenía que volver.


Al llegar la mañana, muy temprano. Fluff no logró despedirse de sus amigas férricas, que al escuchar sus idea de partir desaparecieron danzando y riendo por entre los árboles. Y así, sin un adiós el pequeño Leprechaun camina al borde del llanto hasta llegar al linde del bosque. Al mirar atrás nota como las ninfas le traen una a una rosas tan rojas como sus labios.


Al volver a casa nadie le creyó que fuera de la caverna el arcoíris está repartido por doquier. Nadie le cree cuando narra sus historias sobre como encontró el rojo en labios carnudos y en flores llamadas rosas. O como descubrió el color naranjo en zapallos y naranjas. El amarillo en el sol y las mimosas. El verde en el césped y los árboles. El celeste en el cielo y reflejado en las lagunas. Y mucho menos el morado tanto en frutas como la betarraga como en los bellos vestidos de las ninfas.


Nadie le creyó pero Fluff no dimitió y cuál poeta enamorado cantó su historia a cuanto Leprechaun quisiera oírle. Cuando se dio por satisfecho, decidió volver al bosque. Volver a ese nuevo mundo fantástico lleno de color. La mayoría prefirió quedarse en la cueva amargamente. Sólo unos pocos lo siguieron.


Y así fue como los Leprechauns dejaron su caverna y salieron un buen día después de que el arcoíris perdiera sus colores.

Oda a un héroe caído

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El nunca quiso cambiar al mundo. No sé como pero lo logro siendo muy joven. Nadie se lo podía explicar en realidad. Supongo que hay gente que simplemente es genial. Nacieron para hacer ese gran cambio. Alguien tiene que haberles dado ese don. Simplemente no puede ser casualidad. Y la gran mayoría de las veces son gente que a llevado una vida normal, como la tuya o la mía.

Para mi la única explicación es Dios. Lo llamaré Dios, pero pueden ser seres de luz, grandes maestros, Alá, en realidad da igual, son fuerzas más allá de nuestra comprensión. Fuerzas que hacen que alguien nazcan para enseñarnos algo. Para hacer que la humanidad avance. Mi padre fue uno de esas personas cambio el mundo antes de cumplir veinte años. Siempre le pregunté como lo había hecho, que había pasado por su mente y su respuesta siempre con esa sonrisa que no borraba la tristeza en sus ojos, respondía simplemente me nació. Tenía que hacerlo así que lo hice. No lo planee. A mi siempre me impresionó porque todos lo veían como un Dios, una súper persona. Los medios de comunicaciones, las celebridades e incluso los políticos le hacían reverencia. Pero todos se olvidaron que tan sólo era un hombre. Hasta yo lo olvidaba a veces, era mi padre. Siempre me impresionó como se nos pasó eso por alto, incluso a la mismísima fuerza inexplicable que le dio el don. Como olvidar un detalle tan importante!



El ante todo era un ser humano, que sentía, que tenía preguntas y que se buscaba a si mismo.

La gente nunca se pregunto si era feliz. Siempre esperaron que hiciera algo más grande, un cambio mayor. La gente nunca se contenta con nada. Y mientras más fama tengas, la gente asume que más derecho tiene a juzgarte. Mi padre sentía esa presión. Había hecho en el pasado pero que podía hacer ahora. La vara era altísima y la verdad es que él no quería volver a saltarla. Intentaba vivir una vida tranquila con mi madre y yo. El siempre decía que había sido pero que ahora no sabía quien era. La gran mayoría le respondía eres el que a cambiado el mundo. Pero eso el sabía que era el pasado. Y tanto él como el resto siempre le hacían la misma pregunta: ¿Y ahora que? Comenzó a deprimirse muy pronto. Nada de lo que hiciese ahora sería de tanta importancia, nada sería comparable a lo ya hecho.



¿Que te queda después de ser el mejor? ¿Que te queda si todos esperan tanto de ti?

El ya no veía nada bello. Ya nada tenía sentido. Y comenzó a creer incluso que le queríamos sólo por lo que había hecho en el pasado. Enfermó y al final nunca pude decirle que yo no esperaba nada de él, que él era la mejor persona del mundo no por lo que había hecho sino por lo que hacía día a día.



Como se nos fue ese detalle. El tan sólo era una persona. A veces creo que fuimos nosotros los que lo matamos. A veces creo que fueron los Dioses. Y otras veces creo que fue el mismo. La verdad es que no lo sé, lo único que sé es que yo no quiero cambiar al mundo.



R.I.P.
mj

Corrientes Peligrosas

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Recuerdo la primera vez que me acerqué y dejé que las ideas fluyeran por mi mente tal como la marea en la playa baña los pies. Se sentía un poco helado, removió despacio y irremediablemente la arena en la que hace tan sólo un segundo había estado tan firme y seguro. Así como viene la marea, esta se va. Se aleja dejándome deseoso de ir un poco más hondo.

Fue entonces cuando mi padre soltó mi mano y me dejó chapoteando junto a la orilla. Me advirtió que no avanzara muy rápido. Pero la voz de la experiencia no llegó a mis oídos ya que la marea tenía impregnados todos mis sentidos. Avancé, paso a paso, midiendo la fuerza de cada idea sintiendo como me tiraban más hacia adentro tal como olas en un mar de verano. Me encantaba. Era genial y no podía dejar de reír. Cogía una idea jugaba con ella y la dejaba ir esperando que llegará la siguiente. Sin darme cuenta entre juegos, la marea me fue reclamando y ya me había sumergido hasta la cintura. Al mirar atrás, vi a mi padre sonriendo a lo lejos en la orilla. Y no me percaté de aquella ola más grande de lo esperado, aquella que te pilla desprevenido y que te cambia la vida para siempre. Me impactó contra mí como un tsunami. Me revolcó, hacia todos lados, perdí el rumbo, jamás había pensado en algo semejante era completamente disparatado. Tragué agua como loco y poco a poco la misma ola me sacó hacia afuera donde estaba mi padre esperando. Me ayudó a levantarme, me puso en pie y me indicó el norte. Lo miré asustado y él se río con fuerza. Su risa me descolocó al principio pero no pude evitarlo y también reí y juntos empezamos a adentrarnos de nuevo en este nuevo mundo.

Tiempo después mis excursiones por la marea del pensamiento fueron cada vez más lejos, más profundas. Cada vez fluían más, se paseaban libremente por mi mente sin limitación alguna. Comencé a sentirme cómodo, a flotar en ellas tranquilamente. Me dejé llevar por la marea sin preocupaciones, aceptando cada una de las corrientes, disfrutándolas y luego dejándolas para coger una nueva.

Más de una vez una rompiente me pillaba desprevenido, tal como aquella primera vez, y me confundía con todas aquellas preguntas: ¿Quien? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Mientras más al fondo más grande es el oleaje y siempre después de una ola grande vienen dos más: ¿Para qué? ¿Porque?

A veces aún intento buscar a mi padre de reojo pero ya no está ahí para indicarme el norte. Me dejé llevar por las corrientes y ahora ya estoy solo en un mar demasiado grande para mí.

Me sumerjo en las profundidades. Mientras me revuelco intento agarrarme a algún pensamiento, uno cualquiera. Intento equilibrarme, encontrar donde pisar firme de nuevo, o al menos utilizar uno como flotador. Pero estos se escurren entre mis manos y pies. Burbujas nublan mi visión ya no veo claro, y cuando el agua entra por mi boca ya no puedo pedir ayuda. Mientras más me hundo más fuerte son las corrientes. Me arrastran de un lado a otro. A veces mansamente y logro estacionarme un poco. Pero de inmediato me sorprende otra tanto más rápida y fuerte que me confunde enseguida, me desorienta. Ya necesito respirar, me desespero.

Veo como me acercó irremediablemente a un remolino. No hay nada que hacer. Y puedo ver cómo están ahí todas las ideas, dando vueltas muy rápido. Ya no puedo procesarlas, entran y salen. Ya ninguna tiene sentido, se mezclan demasiado rápido. Me desespero, ya no veo, no oigo, no puedo gritar, me cuesta respirar, me estoy ahogando lo sé y no puedo hacer nada para evitarlo. Todo está perdido. Como salir de la corriente, es tan fuerte. Me rindo, demasiadas preguntas sin respuestas. Esas pequeñas y peligrosas mareas: ¿Y si…? ¿Es que…? Me remueven. Me dejo arrastrar a las profundidades. El fondo se ve negro, quizás no haya nada y pueda descansar. Ya no hay salida.

Es en ese momento que recuerdo lo más importante. No tengo que buscar un flotador. Yo sé nadar. Mi cuerpo por inercia debería flotar. No debería pelear con la corrientes tan sólo son corrientes. Comienzo a sentir, volver a lo más básico. Dejo de pelear, me dejo llevar. Dejo de pensar. Sólo siento como me llevan, me reconozco. Me llevarán a la deriva. Dejo de pensar. Las olas me atacan furiosas, pero las dejo pasar, es tan sólo agua. Comienzo a agarrar confianza. Mi instinto, no mi mente me sugiere donde está el arriba y donde está abajo. Comienzo a escucharlo a dejarme guiar no por mi mente sino mi instinto primario, mis sentimientos. Sólo me queda nadar de vuelta. Las corrientes furiosas intentan detenerme, pero ya no lucho con ellas las dejo que me lleven un poco más lejos. Ya no les temo, alcanzo ya a divisar mi norte muy a lo lejos. Una nueva ola se acerca y me intenta volcar: ¿Y si fuese sólo un espejismo? Pero ya no importa, si lo fuese seguiré adelante, mi instinto no me mentirá me mantendrá vivo.

Al fin salgo de la zona de corrientes, floto ya más tranquilo. Llego a la orilla finalmente. Es donde me siento seguro, donde se que no pasará nada. Miro hacia la playa…

Vuelvo a mirar el mar y avanzo hacia él decidido. Creo que ya estoy listo para ir a cortar un par de olas…

Las bananas del Orangután

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Había una vez, un Orangután que buscando ser el dueño de la mayor cantidad de bananas del mundo. Entonces se compró un computador. Al principio todo iba bien, el computador lo ayudaba a hacer las cosas más rápido, le decía cuando tenía reuniones e incluso cuando descansar. Gracias a su nuevo amigo el Orangután comenzó a acumular muchísimas bananas, tenía arboles llenos de ellas. Tenía tantas que podía comer 15 diarias sin preocuparse, pero el computador no le daba tiempo libre ya. Le decía porque tan sólo 15 si trabajando un poco más podríamos tener 16 mañana y para la próxima semana 26 diarias.

El Orangután se imaginó nadando en bananas y se vio feliz. Que más podría pedir. Sería el Orangután más feliz del mundo. Así que le hizo caso al ordenador y siguió trabajando. Trabajó y trabajó rechazando las invitaciones de sus amigos a escuchar la música de la jungla, o las invitaciones a balancearse por las lianas. Incluso rechazó la invitación de la Mona que le ofreció comerse todos los piojos que el Orangután tenía en la cabeza y lo volvían loco. Pero nada lo levantaba de su computadora.

Llegó un momento en que tenía tantas bananas que los otros simios tenían que venir a pedirle. Y así el Orangután comenzó a pedirles favores a cambio de bananas. Le dijo a la mona que todos los lunes le sacará los piojos por 4 bananas.

Le dijo al Gibón y su banda de la jungla que tocarán una vez por semana para él y les daría 6 bananas a cada uno. Llamó a sus amigos el Chimpancé y el Gorila y les dijo que ya no podría jugar con ellos en las lianas pero que les daría 1 banana a cada uno si venían a contar sus aventuras de vez en cuando.

Pero el computador viendo las matemáticas y intrincadas leyes de la banana. Le dijo al Orangután que no podía regalar bananas así como así. Existían leyes invisibles que decían que era mejor dar menos para tener más.

Así que el orangután reunió a la Mona, al Chimpancé, al Gibón y al Gorila les dijo a todos que tendría que reducir la cantidad de bananas a 1 por semana. Cuando la Mona y el Gibón se fueron, les dijo al Chimpancé y al Gorila que no habría bananas para ellos, que sus historias valían media banana en total.

El Gorila tímidamente se ofreció a cuidar la arboleda bananera. Y así consiguió que le dieran una banana diaria. A fin de cuentas un Gorila tiene que comer se dijo.
Pero el Chimpancé por su parte se fue indignado y le dijo al Orangután que no comería bananas. Que prefería seguir jugando y que comería hojas y hierbas.

Cuando llego el fin de semana el Chimpancé les contó a sus amigos el Gorila, el Gibón y la Mona que lo había pasado muy bien en la selva saltando de rama en rama que había descubierto que si rompía los cocos había un jugo dentro muy rico y que las hojas de algunos árboles eran bastante buenas. La Mona, el Gorila y el Gibón se miraron y decidieron ir a jugar la próxima semana. Nadie invito al Orangután ya que este siempre estaba muy ocupado.

Tres semanas después el Orangután se dio cuenta de que estaba lleno de pulgas, que no había escuchado música hace mucho y que ya nadie se paseaba asustando animales para alejarlos de los arboles. Quería ir a buscar a sus amigos pero el computador le dijo que no valía la pena, que tecleara más rápido. Que no comiera más banana y todo saldría bien. Y eso hizo.

Pero pronto se enfermo, le faltaban bananas en la panza. Cuando estuvo en cama nadie vino a visitarlo. Nadie le traía medicinas. Y se sintió muy solo y muy triste.
Llamo al ordenador pero este lo único que le decía era cuantas bananas estaba perdiendo.

El Orangután que ya estaba débil decidió apagar el ordenador. Y lentamente se arrastró llorando a buscar una banana. Y luego con más fuerzas fue a buscar a sus amigos.

Les pidió disculpas a todos y les pidió si podía volver a jugar con ellos. Los otros simios se miraron sonriendo y le dijeron que sí.
Y pronto todos estaban bañándose en una piscina comiendo bananas, tomando leche de coco y balanceándose por las lianas escuchando la música de la jungla.

Las campanadas a media noche

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Cuando me bajan del vehículo mis ojos aún están vendados. Siento el frió subir por mis pies al tocar el camino asfaltado. El empujón que me dan por la espalda casi me bota. ¿Me soltaron? Oigo como se suben a la van, y no es hasta que ya no la escucho que me saco la venda de los ojos. Me pregunto si no será un nuevo experimento. Creí que jamás me dejarían salir de la clínica. El doctor Rushmorn no estaba de acuerdo con la decisión de la junta directiva. Él sabía... Él comprendía mejor que aquellos tontos. ¿O seré yo quien se equivoca?

Yo no quería que me suelten. Desde que me encerraron ellos ya no me hablaban. Quizás ya no me vuelvan a hablar. Pero muy en el fondo sé que sin los remedios volverán. Odio sus susurros por las noches. Necesito mi droga para dormir. Que voy a hacer sin mi droga para dormir. Pero a la junta no les importa... Después de todo nadie los escucha a parte de mí. A veces, creo que el doctor Rushmorn si me cree. Cada vez que me mira, veo ese terror en sus ojos. A que le teme, no es a él al que le hablan, al que le ordenan hacer esas cosas... No! No quiero, tengo miedo...

Mis ojos se acostumbran lentamente a la poca luz que hay. Reconozco este lugar. Malditos. Me trajeron de nuevo. Como siempre está nublado. Si al menos el cielo fuese gris me sentiría mejor. Pero las nubes acá son siempre negras es como si hubiese una tormenta lista para estallar. Todo está abandonado, debería haber permanecido abandonado por siempre. Y ellos lo saben. Nadie quiere vivir en esta zona. Yo menos que nadie. Escapar de nuevo. Ja! Suena simple. Me soltaron acá... Me quitaron mi droga y me soltaron acá, justo frente a mi antiguo edificio.

Una ráfaga de viento helado me quita de mi ensimismamiento. Y me doy cuenta que estoy casi desnudo, sólo tengo el fino pantalón de tela de la clínica. Siento el peso en mi cuello y no me atrevo a mirar. Sé que está ahí, colgando. Siento el frío y mi piel se eriza cuando el marco de plata roza mi pecho. Ese liquido negro y espeso como la sangre del mismo demonio sigue en mi pecho. Comienzo a tiritar incontrolablemente.

No quiero, pero el frío me obliga a avanzar hacia la entrada del edificio. Es un edificio viejo, al abrir la puerta me encuentro con el pasillo de muros descascarados que lleva hacia la vieja escalera. Mientras subo los peldaños, cada escalón me da un escalofrió, cada pelo de mi cuerpo se eriza con el chirrido de la madera vieja y húmeda y la tensión me carcome. La mezcla de olores de humedad, encierro y vejez me quema las narices. Comienza de nuevo ese dolor de cabeza, justo arriba de los ojos que casi no me deja ver. Siento como de a poco comienzo a sangrar de la nariz. Me repito una y otra vez que no es nada, que siga adelante. Y subo tambaleándome un piso tras otro.

El pasillo desierto del sexto piso me está esperando. La subida fue eterna. Pero ya estoy aquí. Y la veo. Ahí está. La puerta descolorida roja con esa antigua cerradura. Todo sigue igual. Me aproximo lentamente a la puerta y cuando acerco la llave mi estomago se encoge mientras lentamente la pesada puerta se abre con un quejido agudo.

Entro lentamente a la habitación, cerrando la puerta tras de mí. Todo está como lo deje. La cama de metal con el fino colchón teñido de grana. Los antiguos manuscritos esparcidos por el suelo. El pentagrama trazado en la pared con la única ventana de la habitación en su centro. Esta da hacia aquella antigua iglesia. Mis recuerdos afloran por oleadas cuando veo los arañazos en el piso. Quiero llorar, una vez fue demasiado. Prefiero irme al mismo infierno que vivirlo de nuevo.

Me siento en el rincón más alejado del pentagrama, mis rodillas apoyadas contra mi pecho. Y mis manos constriñendo mi cabeza. Escucho la primera campanada de la iglesia. Levanto lentamente la cabeza. El medallón retumba en mi pecho. El olor a pelo y piel quemada ahoga mi nariz. El dolor me estremece y lentamente como en un transe me levanto con la cabeza baja, el pelo en mi cara. Siento como el medallón quema mi piel, como se adhiere a mi pecho y empieza a tomar el control. Avanzo paso a paso hacia la cama. Intento resistirme pero es inútil. Sé lo que viene, es inevitable.

Tenso cada musculo de mi cuerpo intento serenarme pero es inútil, avanzo con movimientos burdos, arrítmicos como si un titiritero infernal me forzara hacia esa maldita cama. Mientras suena el segundo campanazo me recuesto lentamente en la cama. Mis intentos por romper las cadenas oxidadas que desde las sombras me compelen a actuar son infructuosos. Cada intento de resistencia se siente como si miles de taladros perforaran mis músculos y mi cerebro se funde pretendiendo bloquear este sufrimiento desgarrador. Me quema, duele, quiero quitarme ese medallón. Cierro los ojos mientras mi cabeza se posa en ese colchón. Aprieto los ojos con fuerza cuando el pitido comienza en mis oídos. La cama se siente húmeda, comienzo a transpirar. Nada de esto es real, trato de convencerme de que es sólo mi condición. Si los doctores no me hubiesen quitado mi medicina… Mientras la primera lagrima rueda por mi rostro rezo para retomar el control de mi cuerpo, para levantarme, para correr, para arrancarme la alhaja del pecho. Es entonces que los percibo:

¿Quiere correr?
Sabes que es inútil.
Sabes que te seguiremos a donde vayas.

El tercer campanazo rechina en la reliquia que ya está pegada a mi pecho fundido. Soldándose a mis costillas a la altura del corazón. El líquido negro borbotea dentro, lo puedo oír. Y finalmente siento como lentamente brota fuera del caparazón y se dispersa por mi piel chamuscada. El líquido es viscoso, apesta y me quema la piel. Mi grito es primal, se que ellos lo están disfrutando, empiezo con convulsiones horribles.

Los siguientes campanazos se vuelven más lejanos. Con cada uno mi cuerpo va siendo recubierto por la substancia. Duele. Mis manos están crispadas. Sangro de las orejas, de la nariz. Llamo a Rushmorn a gritos. Me retuerzo incontrolablemente.

Rushmorn no te ayudará.
Es de los nuestros.
No pelees más, de nada servirá.

Con el séptimo campanazo siento como el catre cobra vida, tentáculos salidos de ninguna parte me apresan de las piernas, de las manos y el más grueso se ciñe a mi tórax. Siempre creí que existía un límite para el dolor, incluso recuerdo estudiar sobre el umbral de este. Pero de alguna manera ellos me mantienen sintiendo. Los tentáculos son como lijas, se agarran a mi piel y constriñen hasta quitarme la circulación. A penas puedo respirar. Mientras la substancia negra sigue avanzando velozmente por mi cuerpo.

A penas oigo el décimo campanazo, comienza el delirio. Siento la cama mojada y como de ella surgen miles de criaturas infernales y como sanguijuelas se fijan a mi cuerpo. Siento como cada una de ellas succiona mi esencia. Mi cabeza da vueltas, siento nauseas. El vomito comienza a ahogarme. Ya no siento mi cuerpo tan sólo soy mi cabeza. El dolor es perpetuo, implacable, atacando siempre un lado distinto.

Al escuchar el onceavo campanazo casi inaudible. Desesperado abro los ojos para descubrir sólo sombras. Intermitentemente las nubes que veo a lo lejos se van a negro. Trato de mirar mi cuerpo. Quiero saber si me queda algo aún. Aterrado descubro que el liquido negro esta a avanzando hacia mi boca. Comienza a envolverme el rostro. Entra por mis orejas, mi nariz, por mi boca. El sabor es amargo, viscoso, harinoso. Justo antes del doceavo campanazo, antes de que entre aquella solución por los ojos los veo, veo las negras siluetas que me miran. El líquido me envuelve completamente. Mi corazón para de latir con el ultimo campanazo.

Estoy muerto, ahora lo sé. Pero los malditos me dejan encerrado en mi cuerpo en descomposición. De inmediato me doy cuenta que mi mente, mi ser, mi esencia se quedarán atascados eternamente y como único recuerdo tendré esas doce campanadas.

Inicio

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Al principio sólo existía la Energía

Positiva y negativa. Siempre opuestas pero irremediablemente juntas en una eterna contienda por tratar de superarse. Atrayéndose para luego repelerse.

Todo comienza con estás dos fuerzas. Poderosas, dantescas, ilimitadas enfrentándose, chocando...

Explotando

La explosión más grande inimaginable.

La onda se expandió infinitamente. Y cada uno de los restos de estas dos fuerzas fueron repartidas por todo el universo.

Chocando entre ellas constantemente. Siempre opuestas, hasta en su más ínfima parte.

Las dos fuerzas, tan poderosas en su creación fueron divididas en infinitas partes. Como en toda explosión quedan restos gigantes, grandes, medianos, pequeños y diminutos. La fuerza tanto de atracción como la fuerza de repelerse de cada resto, por supuesto, es completamente proporcional a su tamaño. Cada uno de estos restos es como un hijo de la explosión original. Cada uno de ellos tiene su origen en la energía positiva o en la negativa.

En algún momento los restos perdieron tanto poder, después de innumerables explosiones debido a la tracción de los distintos pedazos, que llegaron al punto de unirse creando objetos con algún grado de energía positiva y otro de energía negativa. Así nacen los elementos duales.

Poco a poco con ayuda de la suerte o las probabilidades, que siempre son infinitas, se crearon los mundos, las fuerzas naturales, los animales y al final los hombres.

Los hombres fueron de los últimos en nacer. Después de tantos años, ellos nacieron sin saber ya de sus orígenes. Y en base a cuestionarse comenzaron a llamar a las energías creadoras: Dioses.

Rápidamente el hombre entendió que siempre existió la eterna dualidad. El blanco o el negro, el bien o el mal, el día o la noche.

Incluso hoy, los hombres nos paseamos por el mundo en eterno conflicto. cargando sobre nuestros hombros los restos de ambas energías...

Quien Soy?

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Me he vuelto a encontrar. O al menos ya he descubierto esa ventana abierta, en realidad una ventanilla nada más. No fue fácil ya que fui criado en un país donde lo más importante no es quien eres, sino que haces. Y claro de momento; entonces; yo sería un barman que en realidad quiere ser un cineasta y más particularmente un editor de video y por otro lado aprendiz de escritor.

Sin embargo, yo NO soy eso. Yo NO soy barman. No soy editor de video. No soy escritor.
Entonces quien soy. Claro no soy lo que hago. Pero hago cosas consecuentes a quien soy.
Antes que nada SOY ser humano, soy persona, y lo más importante soy feliz.

Quien soy... Soy una persona que ríe mucho, alegre, bastante sociable, que le gusta aprender cosas, muy imaginativo.

Soy a la vez una persona muy impaciente, a veces egocéntrico, a veces depresivo y una persona que no perdona ni olvida una ofensa (me gusta pensar que aprendo de ellas).

Mi problema simplemente es el que confundo el quien soy con el que hago.

Y también que estoy acostumbrado a ser feliz con el destino no el camino. A mi me gusta o me siento bien cuando cumplo un objetivo, ese es mi error. Intentaré que me guste todo el camino, disfrutar del hoy y del proceso. El fin es tan sólo eso... El fin.

Así que este es el primer paso hacia descubrirme. Pero ya me siento más seguro, ya siento que voy en la dirección correcta.

Me estoy levantando una vez más.

Quien soy?

Que más da... SOY!

Eso es lo importante

Perdido

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Una vez más me perdí.

Me he perdido a mí mismo. Ya no sé quién soy, que es lo que hago, ni siquiera que es lo que me gusta. Como puede ser que aún ahora me pase esto. Me voy hundiendo, la oscuridad me envuelve y sólo veo demonios acechándome. Ya ni siquiera distingo o reconozco mi sombra.

Ayuda!

Que alguien me tienda una mano, que me tiré hacia la luz...
Pero en el fondo sé que eso no pasará, tengo que salir de esta sólo. Nadie puede encontrarme si ni siquiera yo puedo.

Es extraño ayer estaba feliz la vida me sonreía, y sin embargo hoy sin más, me derrumbe como un edificio de naipes.

Recuerdo como veía a los demás y podía decir quiénes eran, sin embargo conmigo ya no lo puedo hacer. Me siento nadie y me odio por eso. Que desperdicio de vida.

Como salir cuando estás rodeado.

Como levantarte si ya no tienes donde apoyarte.

Como descubrirte si aborreces mirarte.


Por suerte escucho esa canción, que tanta esperanza me brinda... Mañana será un gran día... Nos veremos las caras entre todos...

Espero que así sea...

La Reunión

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Mi clan fue invocado, como muchos otros de los más diversos lugares a la reunión. Fuimos todos invocados por el historiador. El historiador no era de nuestro linaje pero aun así sabe más; incluso que los ancianos; acerca de nuestro clan.
El historiador ya es uno de los nuestros, y de lo más respetado.

Fui elegido como el único representante, mi mujer tenía que seguir su propio destino, así pues tomamos caminos distintos.
Era una convocatoria a todas las tribus del clan. Incluso se invito a dos de más allá del océano.
Mientras volaba estaba ansioso. Es un clan muy grande y no conozco a todas la tribu. De algunas no conocía siquiera su existencia.

Lo único que me hacia avanzar era la esperanza de encontrar a mi hermana. Ella como yo, había dejado la tribu de nuestro padre para crear la propia. Ambos sedientos de aventuras decidimos cruzar el océano y saltar hacia lo desconocido. Esta reunión traía junto a mi hermana un sentimiento de nostalgia, y muchísimas preguntas.

Que tan grande realmente es el clan? Que une nuestras distintas razas? Quienes son los habitantes de aquellas legendarias tierras de ensueño que nuestra madre nos recitaba de niños?

Quienes? Cuando? Donde? Cómo?

Cuatro preguntas básicas que danzaban en mi mente. Y por supuesto la más importante era si sentiría que hacia parte de este tan vasto clan, o si sería extraño y me sentiría un desconocido...
Que es lo que hace que tantas personas se reúnan y se sientan parte de una comunidad? Que es lo que nos une?

Seria un viaje largo así que me reuní con una tribu con la cual tenemos estrecha relación. Esa tribu esta también partiendo, esta recién formada. Así que me sentía a gusto en su compañía. Juntos recorrimos varios kilómetros tanto por tierra, mar e incluso volamos.
Cuando por fin llegamos a un puerto seguro, nos esperaban. Con una sonrisa en el rostro y los brazos abiertos. La tribu que me acompañaba ya la conocían.

Llegamos al hogar y fuimos atendidos como reyes. Fuimos los primeros en llegar a la convocatoria pero pronto llegaron una a una las otras tribus. Hasta que por fin llego el historiador junto a su mujer y mi hermana.

La reunión duró tres días, tres días en los cuales comimos, bebimos y charlamos. El historiador nos adelanto algo de su trabajo, y fue realmente impactante ver que sabía de nuestros inicios y seguía buscando. Su misión llegar al primogénito del clan. Al iniciador. A todos nos encanto descubrir nuestras raíces en común y se nos dieron diversas misiones a cada uno.

Fue una experiencia nueva que sin duda abra que repetir. Que genial es conocer de donde uno viene, quizás nos ayuda también a saber hacia dónde ir.

Ahora me enorgullezco de ser parte de esta tribu y espero que la próxima vez que seamos convocados pueda llevar yo también a mi mujer.

FAR AWAY (Remember My Name)

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Remember your angel face
Remember your smile
Remember how we laughed all the time

Your house with the open gates
Was the place were we all met
The parties on the back yard
Keeping us forever friends

They say when you turn your back
Your memories fade away
What about the feelings
What about the love we share

‘Cause now I’m gone
I’m so far away
(And) what scares me the most is you forget
My name
‘Cause I’ll remember you till my last day

This fight comes
Hard words, the look in your eyes
I was so blind, so proud, so dumb
But we live it all behind

Those days are long long past
They seem so far away
We both take our chances
And we take separate ways

They say when you turn your back
Your memories fade away
What about the feelings
What about the love we share

‘Cause now I’m gone
I’m so far away
(And) what scares me the most is you forget
My name
‘Cause I’ll remember you till my last day
‘Cause I don’t need no prove of love
‘Cause I just want you to be sure
That this song is my final stand
And I’ll always love you

‘Cause now I’m gone
I’m so far away
(And) what scares me the most is you forget
My name
‘Cause I’ll remember you till my last day

So please don’t forget my name….

Para Maité
Marzo '09
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