El Pirata

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Por fin me sacan fuera. El aire salado inunda mis pulmones. Esta fresco, el cielo azul está amenazado por numerosas nubes grises de paso hacia el este. Mientras me sientan en el banco en donde tengo que esperar, noto el va y ven de la olas. Respiro profundamente y intento relajarme. La verdad... No estoy tenso para nada. Ya queda menos y veo que comparativamente a los dos que van delante de mi, estoy calmado como en un coma. Mientras les atan los pies los veo nerviosos, uno de ello notoriamente asustado. Ambos guardan silencio, sus ojos vidriosos comprueban las amarras y resignados entienden que no hay opción de soltarse.



Se acercan al primero, le ponen en pie. Este dando pequeños saltos se acerca al armatoste que lo llevara a la zona de salto. El armatoste, no más que una vieja carreta se mueve lentamente, y se detiene frente a la plancha. Camina hasta el borde, se detiene un segundo, mira a su alrededor y su público expectante sonríe. El espectáculo va a comenzar. El miserable a su vez sonríe después de todo el es la estrella. Al avanzar hacia el borde no vacila y mientras lo vemos caer escuchamos su carcajada.



"Ese tío está loco" escucho comentar entre risas. Se acerca a mi sonriendo y me ata los pies y la cintura. De nada sirve resistirse. Lo miro sonriente mientras se asegura de que no me pueda soltar. "Gracias"



Si el primero en saltar estaba loco el segundo fue demasiado cuerdo. Se levanta lentamente y mientras le indican el camino este avanza con la cabeza gacha arrastrando los pies con pequeños pasos. Es como si quisiera detener el tiempo. Y creo que lo logra, su caminata se me hace eterna. Puede que sea mi mente jugándome una pasada, sé que soy el siguiente. Mientras lo llevan hacia la zona de salto el hombre no levanta la mirada ni por un segundo. Su grito se mantiene hasta bajo el agua. La desesperación de aquel hombre fue el mejor regalo que podría haber dado a la tripulación. Estallan en hurras y risas maliciosas.



Ha llegado mi turno. Por fin. Al levantarme todos se callan y esperan. Se lo que están pensando. A ver como reacciona este? Sin embrago estoy muy tranquilo, y ellos lo notan. Hasta yo me sorprendo. El que me pone en pie me pregunta evidentemente extrañado si esta es mi primera vez. Yo sonrío apreciando el cumplido. "Definitivamente es mi primera vez"

Miro a cada uno de mis espectadores a los ojos. Erguido intento caminar dignamente pero las ataduras en mis pies me hacen dar pequeños pasos. Me subo en el armatoste y me mantengo en pie. El conductor me obliga a sentarme, no quiere que me haga daño antes de tiempo. Siento como la temperatura a bajado un par de grados, se respira más frío.



Al llegar al tablón avanzo lentamente. “Nada de trucos raros” escucho tras de mi. Sonrío, mientras caen los primeros goterones. Cuando llego al borde de este, cometo mi primer error, miro hacia abajo. Vaya, se ve más lejos de lo que me imaginaba. Y sin ni siquiera darme cuenta, de repente un miedo primario se apodera de mi, me empieza a paralizar. Sé que no hay vuelta atrás, y si la hubiese no volvería. Aún así el temor me congela. Al escuchar detrás mío aquel "salta!" lleno de un entusiasmo perverso. Miro una vez más hacia abajo, no puedo moverme. Esto parecía muchísimo más fácil desde el banco.



No es vértigo, no es miedo per se, es algo primario, un instinto básico. Escucho una vez más el "Salta!". Esta vez mi cerebro ordena a mi cuerpo con rabia que se haga su voluntad, que reaccione, no alcanzó a sentir. Salto, pero mi cuerpo ya no me obedece, reacciona solo y veo como mi mano izquierda intenta agarrarse desesperadamente.



Ya iba cayendo y si mi cerebro no se hubiese apagado me habría dicho lo absurdo del intento. Pero mi cuerpo bloquea al cerebro, toma el poder y actúa por cuenta propia. Por supuesto de nada sirve, si bien me cogí del borde no tuve la fuerza suficiente para sostenerme y luego...



Negro...

Tanto el cuerpo y el cerebro se apagan por unas milésimas de segundo para luego dar paso a una sensación de euforia que no podría obtener ni con mil botellas de ron. Voy cayendo y se siente genial. Dios!



Al llegar al agua, al sumergirme, lo primero fue una sensación de seguridad, una tranquilidad. Estoy vivo... Esto dio paso a una euforia, una alegría, una energía herculéana. No sé como, quizás la adrenalina, quizás sólo el temor o Neptuno no me quiso aceptar a su lado. Pero luego de darme un par de vueltas y forcejear, me suelto. Nado alejándome del barco.



Ahora estoy preparado para una nueva aventura.