El día que el Arcoíris perdió su color

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La caverna es vasta. Hay en lo más alto un agujero por donde se filtra un único rayo de luz. Este colisiona con un gran cristal que se interpone en su trayectoria fragmentándolo en numerosos rayos que salen disparados en direcciones aleatorias. Cada rayo es recibido por un intrincado armatoste de espejos que los van pin poneando hacia los distintos calderos como la brea repletos de oro. El metal precioso los repele dando una tonalidad áurea a toda la cueva que ilumina así los distintos niveles de pisos de madera sostenidos por intrincados sistemas de cuerdas, cadenas y poleas. El eco producido por el rítmico sonido de los martillos golpeando al unísono se mezcla con las risas embriagadas y el son de los barriles vertiendo una cerveza espumosa. El conjunto produce así una sinfonía digna de Dada.



Afamados mineros, allí ves unos martillando que martillan, acullá otros tomando que te toman, siempre sonriendo, siempre trabajando. Todos con sus sombreros y abrigos verdes y hebillas grandes y doradas. Todos con largas barbas rojas. Porque así son y así viven los Leprechauns.
Aquel día sólo uno, taciturno, mira hacia el cielo expectante. Es Fluffernutter O´Reilly pero le llamaremos Fluff que es más corto. De todos los duendes el siempre fue el extraño, el incomprendido. Por alguna razón él creía que había algo más que picar la roca, que extraer el oro, que poner este en calderos para luego gracias a la magia del arcoíris darle más brillo y sobre todo creía que había algo más que custodiar celosamente los calderos mágicos. Tan sólo unos minutos atrás había discutido con el más anciano de los suyos, cada uno de sus pelos estaba erizado y temblaba. ¿Porque no lo escuchaban? Lleno de irá iba a fermentar sus ideas cuando se dio cuenta. Su piel de gallina, el frío que sensibilizaba su espalda y erguía sus pelos era debido a un aliento extraño, proveniente de afuera. Nadie más parecía darse cuenta. Ninguno se interesaba en el fuerte viento que arriaba con furia unas amenazadoras nubes grises. Pero claro era una época de máximo estrés ya que se acercaba la venida del primer arcoíris del año.

Fluff subió por los ascensores moviendo los confusos artefactos lo más rápido que pudo. Y al llegar a una de las luceras observó al horizonte y no le gustó nada lo que reparó. Su olfato le advertía cambios, entrecerró los ojos para mirar más lejos y se estremeció al notar la enorme nube gris que avanzando sobre el azul del cielo, devoraba las blancas nubes y el canto de los pájaros. A su paso la borrasca dejaba un cielo monocromático, incluso los mismos rayos, lanzados por Sucelus, carecían de contraste. Al ver este aluvión de gris el Leprechaun retrocedió.
Esto no parecía una tormenta normal. Bajó rápido hacia el nimbo caldero que protegía su familia. Todos estaban ahí rodeando la magna vasija, el padre de Fluff le dirigió una mirada de reprimenda. Es muy mal visto llegar tarde al ritual de bajada del arcoíris. Y peor aún si es el primero de la estación, el encargado de recargar los valiosos metales. Evitando a su padre Fluff coge una manta gruesa, actuando en puro instinto intenta cubrir la vasija pero dos primos lo cogen por los brazos. Inútil es forcejear. Y el anciano en el centro del túnel ordena el comienzo del ritual. Cada familia tiene unos gnomos rezando, otros danzando, los más fuerte golpeando la roca que supura el cotizado metal precioso. El anciano sonríe, todo marcha como un reloj.

Ese día el cielo lloró y las primeras lágrimas entraron por la claraboya amargamente. Hay algo extraño en la magia y Fluff parece ser el único que se da cuenta tan absortos están los otros en su labor. Las gotas ácidas ruedan sobre el cristal empapándolo. Cuando el arcoíris emergen por el único agujero y choca irremediablemente con el cristal, sus colores salen descoloridos proyectados hacia los espejos. Con cada rebote se van licuando y la copiosa lluvia los va de saturando cada vez más. El rojo se torna como la ceniza, el anaranjado color cemento, el amarillo muta al plomo, el verde tan querido por los Leprechauns ahora igual que la roca, y así uno a uno los siete se transformaron en distintos tonos de gris, melancólico, deslucido.
Los Leprechauns cantan hasta la afonía poderosos rezos, bailan rituales mágicos hasta que los calambres ya no lo permiten más. Rezan a cuanto Dios conocen.

Fluff observa cómo sin el fulgor áureo la gran caverna se sume en las tinieblas. Todo se vuelve silencio. Ya no más risas, no más martilleo, ni siquiera cerveza, el color se llevo hasta el mismo eco de la cueva. La gran nube gris sigue su paso dejando un paisaje monocromo. Y los Leprechauns derrotados, descubren como sus riquezas resguardadas por generaciones y generaciones se han vuelto plomo. Todos desanimados, sin siquiera fuerzas para sollozar se sientan y esperan. La triste penumbra se impregna hasta en los ojos de cada uno.
Esperan… Pero nada pasa. Esperan… Pero el calor no vuelve. Esperan… Pero el brillo desapareció.


Fluff sintiéndose vacuo, observa como su futuro se vuelve descolorido. Ve como todos han dejado de cantar. Como todos, tan deprimidos se dejan estar. El tiempo pasa, las uñas crecen sin vitaminas y se tornan como la piedra. Sus barbas crecen deshilachadas y canas. Y el verde de sus trajes se llena de polvo hasta des-teñirlo. Pero de todos los duendes Fluff siempre fue el extraño, el incomprendido. Y un día tan gris como el anterior y seguramente como el siguiente. Fluff se levantó.


Ninguno lo quiso seguir cuando se subió al elevador y lentamente movió los intrincados mecanismos. Ninguno lo siguió cuando llego hasta la más alta de las escotillas. Ninguno se percató cuando este la abrió y salió.


Fluff en la cima de la montaña respiró un aire nuevo y sonrío. Todo era piedras, el cielo seguía gris, pero el aire inundaba sus pulmones. Y de repente se sintió libre. Ese retorcijón en su estomago no era el hambre sino el más primario de los temores a lo desconocido. No más encierro! Sin darse cuenta el temor se volvió excitación. Miró una última vez su cueva y comenzó a bajar la montaña.


El descenso no fue fácil, la pendiente era muy rocosa y aún lloviznaba dejando el suelo resbaloso, además la densa niebla imposibilitaba mirar más allá de la propia nariz. Fluff desesperando escuchaba a su cerebro explicando que el mundo era gris, que el arcoíris se había cansado. Todos sus demonios le ordenaban volver a lo conocido. Pero había algo en el aire que respiraba, un sutil murmullo en el viento helado. Siguió bajando y siempre que su cerebro o la desesperación venían a hacerle compañía, Fluff se detenía a escuchar el extraño son que traía consigo el viento. El descenso era largo. Incluso pasó por debajo del suelo de nubes, venciendo el temor de aquellos misteriosos peligros inventados en su cabeza.


Lo que vio luego no podrá ser descrito por ningún poeta Leprechaun nunca. Y generalmente Fluff pedía disculpas por su burdo intento. Vio un gigante áureo nadando en una interminable laguna celeste que se extendía hasta el infinito. La gigante esfera emitía un calor sobre natural. El Leprechaun se sintió minúsculo ante tamaño Dios e intentaba mirarlo de frente pero incandescente como era le hacia enseguida cerrar sus ojos. Grande fue su sorpresa al notar que incluso con sus ojos cerrados se generaban los más diversos fuegos de artificio dentro de sus pupilas. Destellos de rojo, de azul, de naranja. Y sin percatarse río, y sensaciones ya olvidadas inundaron su espíritu. El pequeño Leprechaun se sorprendió con ese mar de luz que bañaba todo con vida de una manera que ni mil calderos de oro podrían reproducir. Como no sabía hacia dónde ir, y tantas posibilidades se desplegaban ante él, escogió uno de los miles de rayos que se escapaban traviesos en todas direcciones del magno gigante. Y caminó y caminó hasta que sus pies dejaron de doler cuando de repente el suelo comenzó a acariciarlos suavemente. El suelo ya no era de rocas sino tierra y luego pasto. Siguió su camino hasta que se topó con un gigante que llevaba un casco de mil lentejuelas verdes. Al poner atención su corazón se detuvo al ver un ejército completo de ellos. Todos en linea ante él. El temor lo petrifico. Sin embargo al mirarlos se da cuenta que las lentejuelas verdes no eran amenazadoras sino que estaban bailando al ritmo del viento. Concentró toda su atención en ello y una orquesta completa tanto sonora como visual se presentó ante él.


Fluff sin pensarlo dos veces entró danzando en la orquesta. Se sintió más fresco y su cielo dejo el esbelto azul por un verde como el jade y dorados halos se filtraban por entre las ramas. Un espectáculo precioso.


Dando brincos y bailando, el pequeño Leprechaun sin darse cuenta llegó al claro del bosque donde un hermoso espejo líquido reflejaba el azul del cielo. Y allí fue donde Fluff conoció a las graciosas ninfas. De todos los seres las más preciosas, con su pelo azabache, los ojos como las hojas de los árboles o el más verde césped, y la tez como el mármol. Todas vestían ligeras sayas púrpuras. Y al ver a Fluff de boca abierta mirando, le invitaron a danzar y jugar. Las sonrisas y risas se unían en perfecta armonía a la orquesta del bosque. Y así estuvieron hasta que el cansancio pudo más y Fluff se derribo en el blando césped.


Entre risas las ninfas trajeron cestas llenas de frutos y verduras. El sabor de aquel cítrico llamado naranja fue un néctar que quedará impregnado por siempre en la memoria de Fluff. Él estaba encantado pero faltaba algo.... Algo no le permitía disfrutar al máximo... Su cerebro atacó de nuevo diciendo que faltaba su familia, sus amigos para estar completo. Esa noche el pequeño Leprechaun no pudo dormir ni siquiera con las nanas de las numerosas estrellas o el tranquilo ronroneo del bosque dormido. Tenía que volver.


Al llegar la mañana, muy temprano. Fluff no logró despedirse de sus amigas férricas, que al escuchar sus idea de partir desaparecieron danzando y riendo por entre los árboles. Y así, sin un adiós el pequeño Leprechaun camina al borde del llanto hasta llegar al linde del bosque. Al mirar atrás nota como las ninfas le traen una a una rosas tan rojas como sus labios.


Al volver a casa nadie le creyó que fuera de la caverna el arcoíris está repartido por doquier. Nadie le cree cuando narra sus historias sobre como encontró el rojo en labios carnudos y en flores llamadas rosas. O como descubrió el color naranjo en zapallos y naranjas. El amarillo en el sol y las mimosas. El verde en el césped y los árboles. El celeste en el cielo y reflejado en las lagunas. Y mucho menos el morado tanto en frutas como la betarraga como en los bellos vestidos de las ninfas.


Nadie le creyó pero Fluff no dimitió y cuál poeta enamorado cantó su historia a cuanto Leprechaun quisiera oírle. Cuando se dio por satisfecho, decidió volver al bosque. Volver a ese nuevo mundo fantástico lleno de color. La mayoría prefirió quedarse en la cueva amargamente. Sólo unos pocos lo siguieron.


Y así fue como los Leprechauns dejaron su caverna y salieron un buen día después de que el arcoíris perdiera sus colores.

Oda a un héroe caído

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El nunca quiso cambiar al mundo. No sé como pero lo logro siendo muy joven. Nadie se lo podía explicar en realidad. Supongo que hay gente que simplemente es genial. Nacieron para hacer ese gran cambio. Alguien tiene que haberles dado ese don. Simplemente no puede ser casualidad. Y la gran mayoría de las veces son gente que a llevado una vida normal, como la tuya o la mía.

Para mi la única explicación es Dios. Lo llamaré Dios, pero pueden ser seres de luz, grandes maestros, Alá, en realidad da igual, son fuerzas más allá de nuestra comprensión. Fuerzas que hacen que alguien nazcan para enseñarnos algo. Para hacer que la humanidad avance. Mi padre fue uno de esas personas cambio el mundo antes de cumplir veinte años. Siempre le pregunté como lo había hecho, que había pasado por su mente y su respuesta siempre con esa sonrisa que no borraba la tristeza en sus ojos, respondía simplemente me nació. Tenía que hacerlo así que lo hice. No lo planee. A mi siempre me impresionó porque todos lo veían como un Dios, una súper persona. Los medios de comunicaciones, las celebridades e incluso los políticos le hacían reverencia. Pero todos se olvidaron que tan sólo era un hombre. Hasta yo lo olvidaba a veces, era mi padre. Siempre me impresionó como se nos pasó eso por alto, incluso a la mismísima fuerza inexplicable que le dio el don. Como olvidar un detalle tan importante!



El ante todo era un ser humano, que sentía, que tenía preguntas y que se buscaba a si mismo.

La gente nunca se pregunto si era feliz. Siempre esperaron que hiciera algo más grande, un cambio mayor. La gente nunca se contenta con nada. Y mientras más fama tengas, la gente asume que más derecho tiene a juzgarte. Mi padre sentía esa presión. Había hecho en el pasado pero que podía hacer ahora. La vara era altísima y la verdad es que él no quería volver a saltarla. Intentaba vivir una vida tranquila con mi madre y yo. El siempre decía que había sido pero que ahora no sabía quien era. La gran mayoría le respondía eres el que a cambiado el mundo. Pero eso el sabía que era el pasado. Y tanto él como el resto siempre le hacían la misma pregunta: ¿Y ahora que? Comenzó a deprimirse muy pronto. Nada de lo que hiciese ahora sería de tanta importancia, nada sería comparable a lo ya hecho.



¿Que te queda después de ser el mejor? ¿Que te queda si todos esperan tanto de ti?

El ya no veía nada bello. Ya nada tenía sentido. Y comenzó a creer incluso que le queríamos sólo por lo que había hecho en el pasado. Enfermó y al final nunca pude decirle que yo no esperaba nada de él, que él era la mejor persona del mundo no por lo que había hecho sino por lo que hacía día a día.



Como se nos fue ese detalle. El tan sólo era una persona. A veces creo que fuimos nosotros los que lo matamos. A veces creo que fueron los Dioses. Y otras veces creo que fue el mismo. La verdad es que no lo sé, lo único que sé es que yo no quiero cambiar al mundo.



R.I.P.
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